Comencé en septiembre, donde todo era mucha emoción y dudas al descubrir un país diferente, saber cuál sería mi papel en la asociación, conocer mis compañeros de piso, etc.
En el centro me recibieron con los brazos abiertos y enseguida me integraron como un miembro más. A los otros voluntarios y a mí nos daban mucha libertad; si teníamos propuestas o iniciativas siempre nos daban el visto bueno. Nos enseñaron la ciudad donde viviríamos y un breve repaso sobre el país y ciertas tradiciones; incluso nos dieron de probar comida típica y aprendimos un baile.
En el centro celebramos todas las fechas por celebrar: Halloween, Navidad, el Fin del Invierno (Uzgavene), y hasta el Carnaval. Nunca faltaba comida y buena música, era muy divertido.
Conocimos a otros voluntarios en la misma ciudad y organizamos viajes para ver otros países. Fueron muy flexibles para concedernos días libres, por ejemplo, para las vacaciones de Navidad yo estuve fuera algo más de dos semanas.
El trabajo como voluntaria era desde por las mañanas hasta las cuatro de la tarde. En invierno, el tiempo libre de después fue algo duro de llevar porque cuando salíamos del centro era de noche y lo único que apetecía era dormir. Para combatir eso hice deporte, visitábamos a otros voluntarios o simplemente veía series y películas con mis compañeros de piso.
El 13 de Marzo se estableció la cuarentena y el centro permaneció cerrado. En un principio pensaba que serían solamente dos semanas y bueno, lo tomé como unas vacaciones en el piso descansando. La mentora iba informando sobre la situación del virus en el país y de las medidas que había que tomar: salir a la calle si había que comprar y siempre con mascarilla. Cuando confirmaron que el periodo de confinamiento se podría alargar indefinidamente me planteé volver a España. Las fronteras allí iban a cerrar y si no era en ese momento, no sabía cuando podría volver. Tras discutirlo con los demás compañeros de piso llegamos a la conclusión que lo mejor era quedarse, seguir las normas y precauciones y crear una nueva rutina para no estar aburridos.
Desde el centro nos mandaron hacer algunas tareas online que me tuvieron entretenida y me hicieron sentir que aún tenía una utilidad como voluntaria.
La evolución del virus en Lituania fue muy positiva y a mediados de mayo pudimos volver al centro y, al comienzo de junio ya había normalidad total.
La última semana como voluntaria fue especialmente emotiva; hubo un día reservado para estar con nuestras tutoras y mentoras, y otro día para despedirnos de los usuarios del centro.
Para mí han sido unos meses maravillosos, he conocido a personas increíbles: generosas, cariñosas y que me van a ser difícil olvidar.
Recomiendo sin dudar esta experiencia a todo el que esté interesado, creo que no se arrepentirían.