21 de septiembre de 2020. Aterrizo en Sinop después de más de un día entero de viaje desde mi casa en Pamplona. Y sin salir del aeropuerto ya conozco a unos de los mentores, que me presenta a mi coordinadora en persona y a otra voluntaria. De camino a mi nueva casa conozco a otra voluntaria, y todas llegamos juntas. Mi compañero de piso me espera para enseñarme mi habitación y las salas comunes. Tras un tiempo para descansar y prepararme, todo el grupo prepara una cena común. Durante la sobremesa, también con mi nuevo grupo, conozco un poco más a quienes van a ser mi equipo de trabajo de vida por un (corto?) plazo de 2 meses.
22 de septiembre de 2020. La coordinadora me deja un día para acomodarme y hacerme a la casa y la cuidad. Mis compañeros de piso me enseñan a dónde y cómo comprar: «istiyorum». Mi tipo de voluntariado no tiene derecho a clases de idioma pero sin embargo ya en mi segundo día empiezo con un intensivo de larga duración. Además, mi equipo también me ayuda en el aspecto lingüístico.
23 de septiembre de 2020. Creo que es aquí donde pierdo la noción del tiempo. Antes de reunirme con mi coordinadora para conocer el proyecto e iniciar mi actividad, ya estoy trabajando en el proyecto de mi compañera de piso. Ella pertenece a uno diferente, uno artístico que nada tiene que ver con mi proyecto de apoyo en el centro de personas con diversidad funcional. Pero si algo ha tenido de positivo la terrible situación de pandemia por COVID-19, es que nos ha hecho desarrollar la creatividad y la adaptación. Así, mi participación en artes, que empieza como una mera casualidad, termina siendo el hilo conductor de mi voluntariado.
Después del primer contacto con mi coordinadora, asumo que no puedo actuar en el ámbito de la educación a personas con diversidad funcional debido a las restricciones por la pandemia. Tampoco en el refugio para animales callejeros. Sin embargo, la casa donde residimos, se encuentra llena de ideas y oportunidades para crear nuevos proyectos que ayuden a recaudar dinero para la Asociación de Animales que se encarga de gestionar el refugio. Así, desde adornos navideños hasta marionetas y títeres, vamos creando y seleccionando todos estos productos para colgar en plataformas de venta online. Y aquí es donde intervienen todas esas personas que he nombrado al principio, porque es difícil realizar un proyecto personal en un lugar en el que acabas de llegar y estás conociendo, y de repente ya es mediados de octubre.
Ha pasado más de un mes y a pesar de ser voluntaria de corta duración, me invitan al curso de formación con el resto de mis compañeras de larga duración. Son 5 días intensos, conociendo a mucha más gente, voluntaria en toda Turquía, y reunida para la formación. Nos plantean las bases para realizar un proyecto de voluntariado europeo y yo empiezo a plantear uno nuevo posible, concienciar sobre la importancia de llevar mascarilla de cara a no contagiar tampoco a los gatos que están muriendo por COVID-19, pero a la vuelta en Sinop mi proyecto se ve contrastado con la realidad. Inviable. La relación de las personas aquí con los animales callejeros, en especial con los gatos, es de cuidado y atención. Y muchas veces esto implica acogerles en casa y brindarles afecto con caricias que van sin mascarilla, claro.
Sin terminar todavía el proyecto de los adornos navideños, uno nuevo surge de la necesidad real de financiación para la Asociación: vender la ropa de segunda mano acumulada en casa. Así, gracias a la colaboración en organizar, elegir y publicar anuncios, en unas horas empiezan a llegar las primeras solicitudes…en turco. Una vez más, el apoyo lingüístico para una voluntaria de corta duración, es vital. Y aunque ya ha pasado el 19 de noviembre, los animales no conocen de plazos y siguen necesitando de personas que voluntariamente, entiendan y aprendan cómo es la vida de quienes son Sinopians a cuatro patas.