(foto: celebración improvisada de nuestro primer mes en Viena)
Hoy hace justo 30 días que me subí a un avión que me llevaría directo a una ciudad completamente nueva y una experiencia totalmente increíble. Hoy ya puedo decir que llevo un mes viviendo en Viena. Y qué mes.
Nadie nunca habría sido capaz de predecir como iba a ser esta aventura. Estaba claro que iba a ser un nuevo comienzo, pero el simple hecho de haber cogido las riendas de tu propia vida por primera vez, ya lo convertía directamente en un síntoma de aprendizaje, madurez e independencia. Y así es como las personas aprendemos a ser individuales, a desmarcarnos, a descubrirnos; todo lo que nos lleva a ser felices. Tal y como me siento yo ahora.
Todo lo que forma parte de mi vida ahora mismo, no deja de aportarme. Colaborar con un Kindergarten está siendo una experiencia alucinante. Nunca pensé que fuera posible aprender tanto de niños pequeños, pero la naturalidad y la inocencia que aún late en ellos me enseña a intentar seguir buscando motivos para rescatar esos caracteres en mí. En definitiva, estoy participando en una tarea que me llena y que me motiva a seguir dándolo todo durante el resto del año. A parte de lo que sería más bien el trabajo, si también estoy disfrutando de esta aventura es gracias a la pequeña familia que estoy empezando a formar junto con los otros voluntarios e incluso nuevos amigos que estoy haciendo. Una ayuda importantísima y un segundo hombro al que siempre puedo apoyarme en momentos algo más crudos. El simple hecho de empezar un nuevo círculo de amistades aquí abre tantas posibilidades, que estoy deseando saber ya qué deparará el futuro en esta maravillosa experiencia.
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