Experiencia del Cuerpo Europeo de Solidaridad

Experiencia de Aya en Hungría dinamizando actividades para niñ@s y adolescentes

Animo a cualquiera que tenga la oportunidad de participar en un voluntariado internacional a hacerlo: es una

experiencia transformadora y verdaderamente memorable.

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Mi experiencia

¡Hola! Me llamo Aya y he participado como voluntaria en un proyecto europeo en
Kallosejem, Hungría. El proyecto empezó el 1 de julio, cuando me trasladaron desde el aeropuerto de Budapest hasta Kallosejem, un encantador pueblecito al oeste de Hungría. Desde el primer momento que llegué a la organización anfitriona, la coordinadora principal, Ica, me explicó en qué consistía el proyecto, mis tareas durante el día y todo lo relacionado con el pueblo, el alojamiento y los horarios. Ese mismo día, una de las voluntarias locales me mostró los alrededores y me explicó lo más necesario para desenvolverme por allí. Una de las primeras sorpresas fue descubrir que los comercios cerraban muy temprano, algo muy distinto a lo que estamos acostumbrados en España. Tras un pequeño paseo y la comida, Ica me llevó a lo que sería mi casa durante el mes. Era una casa bastante grande con varias habitaciones y, para mi sorpresa, en el jardín vivía Zsofi, una preciosa golden retriever. La dueña acudía cada día para cuidarla, por lo que no había que preocuparse de nada. Una vez instalada allí conocí a mis nuevas compañeras de piso, cuatro chicas de Turquía que ocupaban las habitaciones de arriba, y a mi compañera de cuarto, Pamela, una chica de Madrid. Al día siguiente comenzó la experiencia en la asociación, conocida como Tanoda. Desde el principio nos dejaron claro que el horario debía cumplirse con puntualidad. Allí, junto con mis compañeros de España, Denis y Pamela, recibimos lo necesario para cubrir nuestros gastos básicos durante la estancia, así como nuestras bicicletas, principal medio de transporte en el pueblo. Tras ello, nos pusimos manos a la obra: lo primero, conocer a los niños. Los pequeños que asistían al campamento de verano tenían entre 6 y 12 años, y nuestras tareas eran sencillas: jugar, acompañarlos y disfrutar con ellos. Al inicio de cada jornada había tiempo de juego libre en la escuela frente a la asociación, con cancha de fútbol, baloncesto y un pequeño parque. Después,a los voluntarios se nos dividía en grupos para organizar juegos temáticos según la semana, como la semana de los superhéroes o la de los animales. Durante el primer mes nos centramos en conocer a los niños y crear lazos con ellos. La mayoría no hablaban inglés, pero con gestos, creatividad y paciencia logramos comunicarnos día a día. El segundo mes fue una combinación entre el campamento de verano y las actividades con los adolescentes ucranianos, a quienes conocimos en la ceremonia de bienvenida del 1 de agosto. Con ellos compartimos 20 días de diversas actividades como clases de cócteles (sin alcohol, por supuesto) o karting. Fueron días entretenidos en el que nacieron amistades muy valiosas, lo que hizo que la despedida fuese más emotiva de lo esperado. Al igual que con ellos, también llegó el momento de despedirse de los niños a finales de agosto. Después de dos meses de convivencia y juegos, el cariño que se crea es inmenso y mutuo: ellos también te transmitían el mismo aprecio y confianza, por lo que fue conmovedor el tener que despedirse finalmente. Tras estos dos meses aquí, no puedo expresar lo agradecida que estoy de haber podido vivir esta experiencia. Hice amigos de por vida y de diferentes países, adquirí cualidades como independencia, trabajo en equipo y resolución de problemas, y participé en actividades culturales como bailes tradicionales, noches interculturales —con la oportunidad de representar a España y compartir nuestra cultura—, karaokes, barbacoas o clases de zumbas en la asociación. También tuve la ocasión de visitar lugares nuevos y descubrir otra forma de vida. Antes de venir, muchos de mis amigos pensaron que era una locura marcharme dos meses a otro país de voluntariado, pero hoy puedo decir que no me arrepiento de nada. Al contrario: lo volvería a hacer sin dudarlo. Esta experiencia no solo te hace sentir realizada como persona, sino que también deja un recuerdo inolvidable. Quiero agradecer de corazón a la organización anfitriona, a mis compañeros de voluntariado y al programa europeo, Yes Europa, que lo hizo posible. Animo a cualquiera que tenga la oportunidad de participar en un voluntariado internacional a hacerlo: es una experiencia transformadora y verdaderamente memorable.

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