El poder de la experiencia
Un voluntariado en Mo’orea. Primera vez fuera de Europa. Un viaje lleno de aprendizaje inconsciente, puntos de vista diferentes y costumbres distintas que ya tengo integradas. Un viaje basado en la experiencia y el intercambio… ¡una lotería!
Poner en palabras lo que viví en el otro lado del mundo no es fácil… Aunque no todo fue de color de rosa, puedo decir que fue una de las mejores experiencias de mi vida. Llegué con la intención de dar lo mejor de mí e integrarme en el proyecto y la comunidad al 100%.
Comencé el proyecto junto a mi compañera alemana, Claudia, que lo dejó en enero porque no consiguió adaptarse a las circunstancias. Esta relación fue otro aprendizaje enorme, fue un poco complicada pero supongo que la vida me puso a esta chica a mi lado por algo… ¡Aprendí a poner mis límites!
Entre mis tareas estaba la de participar en las clases de idiomas observando, interviniendo y acercando la cultura europea a los alumnos. También ayudé en actividades y salidas relacionadas con el arte y la cultura, el deporte y la preservación del medio marino. Sin olvidarse de los talleres gastronómicos… ¡La tortilla española nunca falla! En estas islas paradisíacas adoran comer, pero tristemente la comida es muy poco sana y existe un problema de alimentación y obesidad… Intenté traer un poco de conciencia a los alumnos, pero esta alimentación está tan integrada en la cultura que es difícil… ¡Bendita dieta mediterránea!
Además, durante los «Erasmus days», decoramos la sala de estudios con fichas para descubrir las tradiciones, la música y curiosidades sobre distintos países de Europa. Además, decidí ofrecer clases de yoga para el personal y los alumnos (no fue muy exitoso), organicé un evento para el 8M (con una desilusión enorme por el choque de cultura y consciencia) y creé un vídeo mostrando las diferencias y similitudes culturales entre Galicia y Polinesia. ¡Pero de eso se trata! Nuestras ideas y valores no siempre se adaptan al lugar donde estamos.
Todas las noches ayudábamos a los alumnos con los deberes, un momento lleno de retos que nos acercaba cada día más a ellos. Hubo días más productivos que otros, días en los que tocaba fijarse retos pequeños y días en los que dejarse llevar. Precisamente esos momentos de estudio y de tiempo libre con los alumnos, fueron lo más enriquecedor de este proyecto. Tiempo para conocernos mejor, compartir la música, los sentimientos, las buenas y malas energías. Compartir parecidos y diferencias. Compartir la vida. En lo bueno y en lo malo.
Esta experiencia me ayudó a profundizar en la toma de consciencia de lo que soy como europea, a cuestionarme muchas cosas y a aprender de otros puntos de vista. Sobre todo…. ¡la paciencia!
No todo se quedó en el instituto, ya que tuve la oportunidad de conocer a personas de todas las edades en la isla: tuve mis noches de fiestas temáticas, karaokes con amigas jubiladas, fines de semana con profes que me invitaron a sus casas… ¡Incluso conocí al voluntario del año pasado, que ahora vive en un barco! Si tuviera que hacer una lista de todo lo aprendido y las nuevas cosas que he hecho sería interminable: tocar el ukelele, danza tahitiana, conducir un scooter, probar frutas que ni sabía que existían, hacer coronas de flores (no es mi punto fuerte), va’a (piragua tradicional), nadar con ballenas, buceo, caminatas descalza…
Estoy muy agradecida de haber formado parte de este proyecto, que me ha permitido aprender un nuevo idioma, descubrir una nueva cultura con puntos de vista diferentes y conmoverme con una expresión diferente de la Madre naturaleza, en todas sus vertientes.
Si queréis echarle un ojo al vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=xqJLzthdA8U