Hola, soy Rubén y durante ocho meses, del 25 de noviembre de 2024 al 31 de julio de 2025, participé en el proyecto de voluntariado “Bottom Up” en Torre del Greco (Nápoles, Italia), organizado por Ianua Australis dentro del programa European Solidarity Corps. Este proyecto tenía como objetivo trabajar con niños, jóvenes e inmigrantes a través de actividades educativas, culturales y sociales. Decidí embarcarme en esta aventura porque, tras haber trabajado en una tienda de bicicletas donde también ayudábamos a personas del pueblo, descubrí el valor y la satisfacción personal que implica ayudar a los demás. Además, mi primera experiencia internacional fue en un intercambio juvenil en Pazardzhik, Bulgaria, que me abrió los ojos a las oportunidades que ofrece la Unión Europea. Conocí a personas que ya habían hecho voluntariados, y eso me motivó a dar el paso. Antes de empezar, tenía muchas expectativas: aprender italiano, conocer otras culturas, viajar, trabajar con niños y, sobre todo, crecer como persona. Elegí un proyecto de ocho meses porque sabía que las experiencias largas pueden volverse pesadas con el tiempo, pero también sabía que necesitaba tiempo suficiente para sumergirme de verdad. También esperaba participar en actividades como facilitador de intercambios juveniles, aunque finalmente solo realicé dinámicas tipo World Café. Aún así, disfruté mucho cada oportunidad de compartir, hablar en público y dinamizar grupos. Durante el voluntariado, realicé varias tareas. Una de las principales fue colaborar en una escuela media con niños de entre 11 y 13 años en las clases de español. Les ayudaba con la pronunciación, corregía deberes y exámenes, y compartía aspectos de la cultura española (¡las tapas y la tortilla causaban sensación!). Aunque al principio me sentía fuera de lugar, acabé creando una conexión especial con ellos, tanto que incluso me escribieron una carta de despedida. También trabajé en un centro extraescolar en Portici, donde apoyábamos a niños inmigrantes con actividades lúdicas y educativas. Allí entendí la importancia de tratar a cada niño como un individuo, no como “los niños”. Nuestro rol iba más allá de entretener: éramos una ventana al mundo exterior, una muestra viva de que existe algo más allá de Nápoles. Esta visión internacional era parte esencial del proyecto. En verano, en ese mismo centro, organizamos un campamento (Campo Estivo) con actividades, bailes, juegos, piscina y mucha energía. Fue una experiencia divertida y muy enriquecedora, donde aprendí a improvisar, adaptarme y cuidar de grupos grandes de niños con alegría. Otra tarea significativa fue colaborar en un comedor social. Allí ayudábamos a preparar y repartir comidas para personas en situación vulnerable. Esta fue la parte más dura del proyecto. Ver jóvenes como yo recogiendo comida o encontrar a personas durmiendo en estaciones tras haberles entregado una bolsa de comida te cambia por dentro. Te hace consciente de realidades que muchas veces ignoramos. El World Café fue una actividad desafiante al inicio, pero terminó siendo un espacio de conexión entre jóvenes locales y nosotros. Aprendí a hablar en público con soltura, a escuchar diferentes perspectivas y a expresar mis ideas con claridad y empatía. Durante el proyecto también recibimos clases de italiano y participamos en dos formaciones organizadas por la Agencia Nacional: On Arrival Training y Mid-Term Evaluation. Ambas fueron claves para conectar con otros voluntarios en Italia, entender mejor nuestro rol y reflexionar sobre lo que estábamos aprendiendo. En una de las dinámicas descubrí mi capacidad para leer emociones en los demás, algo que me ayudó a conectar y apoyar a otras personas durante todo el proyecto. Más allá de las tareas formales, este voluntariado me enseñó a convivir con personas de otras culturas, a gestionar mis emociones, a resolver conflictos y a descubrir mi pasión por el desarrollo personal. Aprendí a cocinar platos italianos, a jugar al fútbol, a organizar actividades, a meditar, y a disfrutar de las pequeñas cosas del día a día. Viví momentos inolvidables como la Pascua italiana, excursiones con mis mentores y, especialmente, la celebración del campeonato del Napoli, algo que me hizo sentir realmente parte del lugar. Gracias a esta experiencia ahora me conozco mejor. Sé lo que me gusta, lo que se me da bien y también lo que quiero mejorar. Antes estaba perdido, había dejado la universidad, sin rumbo claro. Ahora tengo claridad, motivación y nuevas metas. Recomiendo profundamente esta experiencia a cualquier persona que se sienta desorientada, que busque algo más, o simplemente que quiera crecer. El voluntariado no solo te permite ayudar a otros, también te transforma por dentro. Te conecta con el mundo, con personas maravillosas y contigo mismo.