El 4 de Marzo llegué a Kurki Ecovillage, una comunidad ecológica cerca de Tampere, Finlandia, en medio del campo. Desde el primer día la acogida fue maravillosa, los demás voluntarios fueron llegando y pasamos muy buenos momentos conociéndonos e intercambiando visiones de vida. También las familias de la comunidad nos invitaron a sus casas y nos dieron una calurosa bienvenida, que contrastaba con el frío que hacía ahí, que aunque era fuerte, era a la vez muy bonito ya que todo estaba cubierto de nieve, los lagos estaban congelados y la gente se lo pasaba bien esquiando y patinando.
El grupo de voluntarios con los que viví estos 9 meses estaba compuesto de seis jóvenes de distintas procedencias: Portugal, Bélgica, Italia, Francia y Luxemburgo. Gracias a esta convivencia entre distintas nacionalidades, pudimos aprender sobre distintas culturas, nos atrevimos a cocinar comida de estos países, escuchamos canciones de distintos lugares, tuvimos conversaciones muy amenas y se dio un interesante intercambio de ideas y visiones de vida.
Las actividades que desarollamos en la comunidad en la que vivíamos eran de dos tipos: unas se desarrollaban en la comunidad misma y otras eran más de carácter más social. Las primeras se trataban de hacerse responsable de diversas tareas que tenían como objetivo el mantenimiento de las zonas comunes de la comunidad.
Una de ellas era encargarse de calentar la sauna, que hacíamos tres veces a la semana. Esta era mi tarea predilecta, ya que implicaba delicadeza y estar físicamente activo. Era una sauna tradicional, por lo que la experiencia era de lo más auténtico que se puede experimentar si se vive en Finlandia. Otras tareas del tipo, que implicaban más contacto con la tierra, como jardinería o trabajar en el campo, eran también de mi preferencia, aunque fueron todas a una escala pequeña. Nos encargamos de diseñar y contruir (los voluntarios) un jardín biodinámico. Y como éramos nosotros los que se encargaban de hacer todo, tuvimos mucha libertad para implementar nuestros propios métodos de trabajo, lo que realmente fue un buen aprendizaje, ya que a base de prueba y error pudimos ver de primera mano.
Había también que preparar la comida comunitaria, y esta fue la tarea menos preferida para mí, ya que los únicos que nos encargábamos de cocinar y limpiar éramos los voluntarios y el resto de la comunidad no venía nada más que para comer. Este tipo de dinámicas fue lo que me resultó más difícil de sobrellevar, ya que también implicaba el choque cultural: en Finlandia las costumbres culinarias no eran las mismas y en este sentido nos tuvimos que adaptar mucho a esto y también a las peculiaridades de la comunidad.
En general la experiencia dentro de este tipo de tareas fue positiva aunque a la vez nos sentimos un poco solos ya que la parte activa de la comunidad éramos solamente nosotros, realmente no había nadie que trabajase en el campo ni en las demás tareas físicas con nosotros, por lo que el mero sentido de “comunidad” fue dificil de experimentar. Esto nos hizo pensar y repensar muchas cosas acerca de nuestro proyecto, acerca de Finlandia, acerca de nosotros mismos tanto a nivel indivuidual como a nivel de grupo… Hubo momentos en que esta dinámica era algo frustrante y luego hubo una etapa de comprensión y aceptación. Al fin y al cabo hay muchos conceptos de comunidad y esta no era muy activa a nivel de actividades ni colaboración, pero a la vez éramos nosotros los que se podían encargar de muchas cosas de manera independiente y eso nos hacía estar en cierto sentido en el mismo nivel que los demás a nivel de toma de decisiones: muchas cosas las hacíamos por decisión propia y bajo nuestro propio ritmo. También el carácter Finés es huidizo y no muy sociable, por lo que hubo que aceptar esto, lo cual fue una gran lección de humildad y de apertura de mente: por supuesto que no todo el mundo es como la gente de mi país. Hablando de España, la experiencia también me hizo apreciar las diferencias entre ambas culturas, a poder distinguir lo positivo de lo no tan positivo, distinguir las diferencias, pero alejarme un poco de emitir juicios que cierren mi mente y que no me permitan comprender a los demás. Hizo de mí una persona más empática.
Otras funciones fueron de carácter más social: íbamos a visitar una vez por semana el centro juvenil de Vesilahti, el pueblo donde vivíamos y hacíamos actividades con los jóvenes. También fuimos durante una temporada al colegio de educación secundaria a ayudar a los profesores con las clases de inglés y en mi caso, de español. Esto fue una experiencia que me gustó y de la que disfruté porque pude observar desde dentro cómo es la educación Finesa, que es uno de los pilares más importantes de su cultura y sociedad.
También hice una amiga. Nuestra supervisora era una chica más o menos de mi edad que se dedicaba a lo mismo que yo y tenía unos gustos y estilos muy cercanos a los míos. Ella fue la persona con la que más tiempo pasaba y con la que hice algunos proyectos, entre ellos algunos musicales, que fue algo que me propuse hacer en estos meses en Finlandia. Esto hace que me sienta satisfecha al haber conseguido mi objetivo personal y siento que he aprovechado al máximo la experiencia.
Sin duda es algo de lo que no me arrepiento, se lo recomiendo a todo el mundo cada vez que tengo la oportunidad y me siento muy agradecida de haber pasado una temporada de mi vida sin preocuparme por el dinero, más orientada a las relaciones personales, al crecimiento personal y a explorar un país y su cultura. Definitivamente mereció la pena.