Esta es la primera entrada de un blog que espero me acompañe en esta experiencia que he de realizar. Por si algún día me olvido yo mismo de qué estoy haciendo en Grecia, me lo voy a tatuar justo aquí: un Servicio de Voluntariado Europeo.
Son muchos los motivos que me han incitado a tomar este camino, pero la mayoría están relacionados con la mejora de la putjamadlrejqukeparióla empleabilidad yla necesidad de tomar un poco de oxígeno. Y es que en mi país me estaba asfixiando con la sensación de que mi perfil no encajaba en ninguna de las muchas oportunidades que nos brindan a los jóvenes.
Ironías a un lado, nunca me habría querido marchar de mi tierra pero la situación me ha dado el empujón para hacerlo y, ya que había que emigrar, un proyecto de este calibre me ha parecido la mejor opción. No obstante, no puedo negar que me encapricho fácilmente ante la posibilidad de descubrir una nueva cultura, y pienso que la griega es capaz de seducir incluso al más frígido.
Eso sí, griegos ninguno pero cuando llegué me encontré con un grupo de turcos que estaba esperándonos en el aeropuerto a una francesa llamada Elisa, a Kristina la lituana y a mí. Mi nombre es más irrelevante, de hecho quedó en el olvido al momento en el que nombré mi ciudad de origen. Málaga es demasiado parecida a la palabra griega más usada, “malaka”, como para pasar indiferente ante cualquiera que conozca al menos siete palabras griegas (“malaka” siempre está en el génesis del vocabulario griego de todo aprendiz).
Fue el tercer día cuando aproveché la visita guiada que nos haría un compañero de piso para buscar aquellos intersticios que dejasen entrever un nuevo mundototalmente ajeno al mío. Y lo encontré, pero no en sus calles de aires mediterráneos, sus restos arqueológicos o la primera iglesia ortodoxa que visito. No. Lo que me hizo descubrir una nueva perspectiva de entendimiento estuvo relacionado con algo más normativo.
Ya en el primer punto en el que nos detuvimos para hablar de la ciudad, a tan sólo cinco minutos de nuestro apartamento, una señora se acercó a mi compañero para preguntarle si era un guía, pues había escuchado aquellas historias que nos estuvo describiendo. A priori pensé que querría preguntarle algún dato concreto del pasado, o que se sumaría al tour, pero su inglés condujo la conversación de forma tajante a la advertencia de que si no era un guía turístico autorizado no podía hacer ningún tour. Le explicamos que quienes nos encontrábamos allí éramos un grupo de compañeros de piso y pareció contentarse aunque insistió en que la legislación lo impedía.
Lo cierto es que por el momento sólo puedo decir que mi conocimiento de los griegos se reduce a mi barrio, espero lograr bajar la colina pronto para llegar a esos tesalónicos sumidos en sus rutinas y universos personales. Desde mi posición de observador, creo empatizar con aquellos que creían en cientos de dioses, y es que en mis primeras cuatro noches he cenado en la terraza acompañado por unas tormentas tan agresivas como secas. Es como si el cielo se quejase porque sí, como si Zeus estuviese regañando con los rayos a su hijo Apolo para que dejase de velar por la armonía natural de este lugar.
SVE en Grecia de Alejandro Robles
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