Hace siete meses que llegué a Estambul para iniciar mi Servicio Voluntariado Europeo. Siete meses que parecen una vida y al mismo tiempo tengo la sensación de que fue ayer cuando todo empezó. Recuerdo la mezcla de nerviosismo e ilusión con la que aterricé en el Aeropuerto de Sabiha Gökçen, en la parte asiática de Estambul.
No era la primera vez que pisaba esta ciudad, hace tres años estuve viajando por Turquía durante un mes, así que más o menos sabía que me esperaba, pero por supuesto no es lo mismo ser una viajera que verte como una ciudadana/pequeña hormiguita de esta gran ciudad para los siguientes siete meses de tu vida.
Estambul es una ciudad que deja una marca imborrable en los que se aventuran en ella. Es exuberante, es exótica, es tradicional, es moderna, es ruidosa, es mágica, está llena de contradicciones y llena de vida. Cuando una pasea por el barrio de Sultanahmet con sus mezquitas y mercados, navega en barco por el estrecho del Bósforo, se mezcla con la muchedumbre en la calle İstiklal o contempla el Cuerno de Oro desde una de las miles terrazas en el último piso de alguna cafetería tienes la sensación de admirar un pedazo de historia.
Con un pie entre el Este y el Oeste, Estambul fue y es centro de encuentro entre culturas.
Ha sido una experiencia increíblemente enriquecedora formar parte de esta ciudad y de una gran familia como es la fundación cultural donde he llevado a cabo mi servicio de voluntariado. Başak Kültür ve Sanat Vakfı es una fundación cultural y artística que trabaja con niñ@s y jóvenes, la mayoría de ell@s vecinos y vecinas del barrio Kayışdağı, en la parte asiática de la ciudad, promoviendo el desarrollo de la expresión y las habilidades artísticas. Junto con las otras voluntarias, Gosia de Polonia y Antonella de Italia, hemos llevado a cabo talleres de todo tipo, desde cerámica, pintura, reciclaje, manualidades y fotografía hasta clases de inglés y también de español. Hemos formado parte de la vida de las familias del barrio, organizando un festival de cine, encuentros culturales donde hemos bailado y compartido comida turca, kurda y de nuestros respectivos países y numerosas salidas para disfrutar el día al aire libre, jugando y por supuesto, comiendo (¡estamos en Turquía!) y bebiendo çay.
Como todas las experiencias que marcan en la vida, el camino tiene sus altos y bajos, vivir y trabajar en entornos culturales diferentes puede ser difícil por momentos, te exige cuestionarte a ti misma y aprender de cerca lo que diversidad y tolerancia significan. Tod@s somos iguales y diferentes al mismo tiempo, apreciar la riqueza de esto es uno de los regalos más preciados que me llevo conmigo misma.
Me siento muy afortunada de haber tenido la oportunidad de participar en el Servicio de Voluntariado Europeo, feliz de la experiencia vivida y segura de volver para visitar a la familia que he dejado en Estambul.
Escrito por Sofia Diaz Garcia de Vinuesa, voluntaria europea en Turquía
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