Con el frío, Corsica se recoge hacia las montañas. Ya no hay turistas en la costa, los locales aprovecharon los últimos días de playa y noviembre va cerrando poco a poco el verano al ritmo que bajan los grados de temperatura.
Es otoño y eso en Corsica significa interior, montaña, castañas, embutidos como el figatellu y quesos como el brocciu, frío y nieve. Y eso es, como dicen aquí, la Corsica de verdad. Los pueblos cuelgan en las montañas, las casas de piedra, grandes y robustas, se encajan entre las pendientes y las carreteras que, estrechas, retorcidas y empinadas, llevan hasta lo más alto de la isla.
El territorio está cruzado de rutas de senderismo, de norte al sur y del mar a la montaña, y, aunque hay etapas aptas para todas las capacidades, sobre todos los caminos destaca el G20. Se trata de una travesía de 200 kilómetros, que se suele hacer en unas dos semanas, que recorre los parajes más hermosos de la isla, con espectaculares paisajes de alta montaña pero sin perder de vista el mar por mucho tiempo. Una buena forma de conocer el carácter más auténtico de la isla, ya que es allí donde los pastores, en pequeños refugios, fabrican el queso tradicional de oveja, es también donde se preparan los productos de charcutería que reinan en la cocina corsa y donde se puede escuchar hablar el idioma propio de sus habitantes, el corso, con asiduidez.
Para conocer esta vida más allá del nivel del mar hay excelentes opciones, como los talleres colaborativos que organizar las asociaciones locales. Nuestra labor de voluntarios en Ajaccio, la capital corsa, nos dio también la oportunidad de participar con personas locales en los trabajos de conservación de una de las cabañas de pastores de la zona de Vico, una región montañosa en el centro-oeste de la isla. Durante tres días compartimos impresiones con los organizadores y participantes, probamos menús típicos de esa área e incluso pudimos disfrutar de la música de un grupo corso.
Allí comprobé que la vida en la montaña se aleja bastante del plácido ambiente de veraneo que se vive en la costa y prometí que volvería muchas veces más a las montañas para conocer de cerca esa Córcega auténtica.
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