En Agosto de 2024, tuve la oportunidad de participar en un voluntariado internacional en Wezemaal, Bélgica, una experiencia que no solo me permitió colaborar con una causa social significativa, sino también crecer a nivel personal y cultural. Durante 10 meses y medio, formé parte de un equipo cuyo objetivo principal era acompañar a adolescentes en situación de vulnerabilidad y promover una vida comunitaria más sostenible y consciente.
Durante este tiempo formé parte de diferentes proyectos, todos ellos muy variados. La mitad de mi jornada la dedicaba a colaborar en Rizsas, un centro educativo alternativo al instituto que se basa en un modelo de Pedagogía Institucional. Este enfoque pone el énfasis en el acompañamiento al adolescente, el respeto a los ritmos de cada uno y la construcción de un entorno educativo seguro y participativo. Mi rol principal allí consistía en ofrecer talleres creativos y prácticos, acompañar a los adolescentes en sus procesos personales, brindar apoyo emocional y participar en la resolución de conflictos cotidianos. A lo largo de las semanas,
pude establecer vínculos significativos con los jóvenes, comprender mejor sus contextos y adaptar mis intervenciones a sus necesidades reales.
La otra mitad de mi jornada estaba centrada en tareas relacionadas con la sostenibilidad y el medio ambiente en el terreno que posee la organización. Allí me encargaba del cuidado diario de las gallinas, del mantenimiento del espacio exterior y del trabajo en el huerto de permacultura.
Además, una vez por semana y como parte de los talleres ofrecidos a los adolescentes, tuve la oportunidad de integrarme en otros dos proyectos muy especiales. Uno de ellos fue Equicanis, un programa de terapia con animales que trabaja con caballos y perros en dinámicas grupales.
Participar en estas sesiones me hizo ver el gran poder terapéutico del vínculo humano-animal, especialmente en jóvenes que han vivido situaciones complejas. El segundo proyecto fue Stretch-It, centrado en actividades físicas en el exterior, especialmente en altura y entre árboles. Esta experiencia me permitió formarme técnicamente y obtener el certificado como rescatadora para este tipo de entornos. Ambos talleres complementaban perfectamente el trabajo diario en Rizsas, permitiendo a los adolescentes experimentar otros espacios de aprendizaje no tradicionales.
Vivir en Bélgica fue una experiencia tan enriquecedora como desafiante. Desde el principio, me encontré con diferencias marcadas en varios aspectos: el clima, el idioma, la cultura cotidiana e incluso el ritmo de vida. A esto se sumaba el hecho de estar en una zona rural, lo cual implicaba cierta desconexión, menos servicios disponibles y una mayor necesidad de organización personal para cosas tan simples como hacer la compra o desplazarse. Este entorno, aunque inicialmente me supuso un reto, terminó siendo una oportunidad para
apreciar la calma, el contacto con la naturaleza y un estilo de vida más sencillo.
Uno de los principales desafíos fue sin duda la gestión del idioma. Aunque el inglés era la lengua común entre voluntarios y coordinadores, no siempre era suficiente, especialmente al trabajar con adolescentes. Muchos de ellos no dominaban el inglés y preferían comunicarse en neerlandés o francés, lo cual me obligó a agudizar mi comunicación no verbal, ser más paciente y aprender neerlandés básico para poder interactuar con ellos de forma más cercana y efectiva. Esta barrera, aparte de ser un obstáculo, fue un espacio de aprendizaje muy valioso.
Además, compartir casa con personas de diferentes nacionalidades fue una parte muy significativa de la experiencia. Éramos un grupo diverso, con costumbres, formas de comunicarnos y ritmos de vida distintos. Al principio, esto implicó adaptaciones mutuas y algunas fricciones inevitables, pero con el tiempo, la convivencia se volvió un espacio de crecimiento. Aprendí a valorar otros modos de ver el mundo, a respetar dinámicas distintas y a disfrutar de la riqueza que aporta la diversidad cultural.
Esta experiencia a nivel personal, me ayudó a desarrollar habilidades como la empatía, la paciencia y la comunicación intercultural. Aprendí a adaptarme a entornos nuevos, a convivir con personas muy distintas a mí y, sobre todo, a valorar la importancia de pequeñas acciones cotidianas. Profesionalmente, reforzó mi interés por el trabajo social.
Sin duda, recomendaría hacer un voluntariado internacional a cualquier persona que tenga la oportunidad. Es una experiencia que te desafía, te saca de tu zona de confort y te permite conocer el mundo desde una perspectiva mucho más humana y real. No se trata solo de «ayudar», sino de compartir, aprender y crecer junto a otras personas.
Tras esta experiencia entiendo mejor la complejidad de ciertas realidades sociales y me siento más comprometida con la idea de construir una sociedad más justa.