Queda justo un mes para que mi voluntariado termine y aún no cabe en mí lo rápido que ha pasado este año en el que han pasado tantas cosas. Recuerdo como si fuera ayer que cogí un avión temblando por lo difícil que iba a ser todo y otro nuevo cambio brusco en mi vida, pero, aunque iba con ese miedo, me recibieron con los brazos abiertos y una típica bienvenida con chocolate suizo.
No voy a mentir, aunque me recibieron con los brazos abiertos, yo estaba aterrada, perdida y apenas entendía más que un par de palabras básicas en francés. Sí que eché en falta a un mentor en el mismo momento de llegada porque creo que hubiera sido genial para la adaptación sin tener que molestar a todos que ya estaban bastante llenos de trabajo, pero al parecer, y hablando con otros voluntarios, era difícil encontrar mentores en Suiza. Por lo cual, durante los primeros meses, antes de empezar el curso de francés, me fue muy complicado comunicarme con otros, aunque hubiera un par de profesores que hablaran también español, pero no los veía todos los días.
Fue a partir de la primera reunión de voluntarios y la posterior entrada a clases de francés, que las cosas empezaron a ir mucho mejor. Iba perdiendo ese miedo a la comunicación poco a poco (especialmente en francés) y a descubrir lo cómoda que me sentía hablando en inglés, siendo esta la primera experiencia hablándolo como tal.
En cuanto a mi trabajo, me dediqué principalmente a realizar y preparar todos los vídeos de promoción del centro y su posterior postproducción para subirlos a la red o a redes sociales. Aunque fue de gran ayuda que, de las tres voluntarias que hemos sido, una pudiera encargarse de crear una cuenta de Instagram dedicada específicamente a lo que hacíamos. Así era mucho más fácil que pudiera dedicarme a la creación, producción y postproducción de los vídeos en detalle.
Aunque tampoco se quedó solo en eso, pues también pude participar desde clases de danza hasta actividades de circo durante todo este año. Y esta es una de las cosas que más voy a recordar, porque gracias al aprendizaje de un nuevo idioma y al reto que no solo suponía la comunicación, sino también para hacer mi propio trabajo y entenderlo, he podido pasar de una actitud mucho más introvertida y tímida, llena de miedos por todo, especialmente al pánico a hablar frente a otros a ser mucho más abierta y extrovertida.
Fue por ello que pude lograr volver a interpretar una pequeña pieza teatral e improvisada en francés y en español, en uno de los muchos eventos que realizaba el centro. Además de que, gracias a la mejora en la comprensión del francés, durante una semana de intercambio entre alumnos de circo suizos e italiano, pude mejorar más mi conversación en francés y en inglés al
tener que traducir en muchas ocasiones cuando algunos no sabían cómo poder expresar alguna idea a otros. Aunque aparte de ello, también acabé realizando algunas actividades de circo por primera vez, que no se me dieron tan mal cuando probé el primer día, por toda la flexibilidad que ido adquiriendo de clases de yoga y danza.
Ha sido muy especial volver a poder a realizar todas las activades artísticas que dejé de hacer por pánico. Y que esta experiencia de voluntariado haya conseguido cambiar ese aspecto miedoso de mi personalidad, es lo que más me voy a llevar conmigo cuando vuelva. Con energías recargadas y una nueva faceta que había estado mucho tiempo en un cajón acumulando polvo.
No puedo estar más agradecida con esta oportunidad que se me presentó y decidí aprovechar sin pensármelo dos veces. Evidentemente no todo ha sido de color de rosa, pues también he tenido que realizar actividades algo más aburridas como la limpieza, el desmontaje de estructuras e instrumentos para algún espectáculo, servir en el bar…pero eso no impedía buscar el lado positivo y pasármelo bien para que se hicieran más llevaderas.
Tampoco puedo pasar por alto que la convivencia siempre va a ser complicada y aunque ya pasé por esa experiencia un par de años antes de realizar el voluntariado, creo que es bueno dejarlo claro para ir preparado. Es curioso, pues en mi caso fue algo más complejo por, quizás, que no quedara claro en otro idioma, en especial con voluntarias con una cultura mucho más parecida a la mía que con otras culturas del este o del norte que son mucho más diferentes. Pero es algo normal y lo más importante era no perder los nervios y saber organizarme por mi cuenta para no volverme loca.
Ciertamente me dio un poco de pena que no cuajáramos tan bien, quizás por exceso de vernos en casa y en el trabajo o porque nuestras personalidades eran muy diferentes. Pero al final éramos tres y parecía inevitable que dos siempre se llevaran mejor. No fue algo que me tocara mucho dada la situación, pero eso no quitó que pudiera conocer a otros voluntarios de otros proyectos y a otra tanta gente que pude conocer mientras realizaba cualquiera de todos los trabajos. Al final es como dice el dicho: «cuando una puerta se cierra, otra se abre» y no hay mal que por bien no venga, ya que eso me impulsó a ser mucho más sociable y no encerrarme tanto en mí misma cuando mi objetivo personal era cambiar ese aspecto.
Pero en general, los momentos increíbles hacen que me olvide de los regulares y no puedo estar más que satisfecha por haber podido trabajar con toda la gente de Ton sur Ton, descubrir su cultura y aprender de su historia. Y, al final, acabo el voluntariado con un buen sabor de boca y una lista de viajes pendientes para visitar a toda la gente que he conocido y con la que he podido empastar tan bien, compartiendo la diferencias de nuestras cultura, lo que nos sorprendía de Suiza y la cantidad sorprendente de cosas que compartíamos entre nosotros.