Desde siempre he querido vivir una experiencia de voluntariado en otro país. Me encanta viajar y conocer otras culturas y, tras terminar el grado, no sabía muy bien qué hacer: ¿qué mejor momento que ese? Fue así, con esa decisión, con la que empezó mi aventura en Palermo, donde he vivido los últimos 4 meses, conviviendo con otros 3 voluntarios de Portugal, Francia y Alemania respectivamente y conociendo a mucha gente de otros lugares alrededor del mundo (y, por supuesto, a muchísimos italianos y sicilianos).
Mi proyecto consistía en trabajar con niños de Danisinni, el barrio en el que vivíamos, un vecindario pobre que se está desarrollando mediante proyectos sociales y comunitarios. Otros de mis compañeros trabajaban en Emmaus (una tienda de segunda mano).
He aprendido muchísimo: sobre las diferencias culturales que todos tenemos, sobre cómo compartirlas y adaptarnos a ellas. La cultura de Palermo me ha parecido impresionante y preciosa. He aprendido a vivir muy estrechamente con gente que no habla mi idioma. He ganado mucha fluidez en inglés y he aprendido italiano, he desarrollado mi asertividad y mis habilidades sociales, he viajado…
Pero no es oro todo lo que reluce: a veces se hace difícil, sobre todo al principio, y si las condiciones de infraestructura y vivienda no son las adecuadas puede ser complicado, como en nuestro caso. Es por ello que uno de nuestros compañeros dejó el proyecto en la primera mitad del mismo. Esta parte la considero un aprendizaje más: de lo malo se puede sacar algo bueno, y he ganado en resiliencia, en paciencia y en capacidades de afrontamiento.
Con respecto a mi proyecto en sí: al principio fue complicado, puesto que los niños con los que trabajaba no solo eran italianos (eran sicilianos, cuyo dialecto es más cerrado y diferente al italiano), por lo que la comunicación era muy difícil. Pero poco a poco nos fuimos conociendo: yo fui aprendiendo a entenderles y, a su vez, a hablar; y ellos comenzaron a interesarse también por mi idioma y mis raíces. Así, se creó un bonito intercambio que continuó durante estos meses, y también una bonita relación que me ha dado mucha pena dejar atrás. También sentí que ayudé en su desarrollo personal y fue muy gratificante ver cómo niños que en un principio parecían muy complicados me hacían un huequito en su corazón, me respetaban como autoridad y me dejaban tratar de educarles.
En conclusión, creo que merece mucho la pena embarcarse en un proyecto de este tipo. Cuatro meses dan muchísimo de sí cuando se aprovechan con actitud enérgica y abierta.